El día de hoy, en México, se empezó a discutir la aprobación de una controvertida reforma laboral; una que se teme afecte gravemente los derechos de los trabajadores, cuya crítica se pretendió atenuar al atacar importantes fallas en el sistema de los sindicatos (muchas de las cuales no pasaron por intereses políticos), la pregunta principal en la mente de una ya de por sí apabullada clase trabajadora mexicana es: «¿por qué?»

Existe una corriente conservadora dominante, en México, Estados Unidos y muchas otras partes del mundo, que sostiene que la economía recuperará buen rumbo al estimular desde la política el estado de bienestar de empresarios, emprendedores e inversionistas; sin embargo, esto es como querer recrear la estatua de la libertad empezando a construirla de la antorcha para abajo.

Felipe Calderón, presidente de México (al menos de aquí a Diciembre), postuló entre sus promesas de campaña que crearía estímulos y exenciones fiscales para los empresarios, para promover el empleo, una de las máximas de George W. Bush y el Tea Party en Estados Unidos. Lo grave es que este panorama de incentivos poco a poco ha ido incluyendo en su visión una activa precarización del empleo, que es lo que le viene a dar al traste a toda esta ideología del incentivo fiscal y el incentivo a la creación de empleos.

El problema con esta visión es que, aunque es correcto pensar que un estado de bienestar para el empresario lo hará sentir más seguro a la hora de invertir e ingresar en actividades económicas que generarán empleos; termina siendo como echar dinero y recursos a un pozo sin fondo, pues no importa qué tanto le condones impuestos a los empresarios o qué tanta precarización del empleo promuevas, si llenas un país de trabajadores con empleos mal remunerados que apenas le alcanzan para mal vivir, cada vez serán menos los productos y servicios que podrán adquirir y más las empresas que no puedan mantener su plantilla laboral, hasta quebrar o desaparecer.

En los 30’s, durante la gran depresión, Henry Ford fue un hombre que entendió bien el principio opuesto del que hoy se impone bajo las globales políticas neoliberales; Ford elevó substancialmente los ingresos de sus empleados, alegando que quería que todos sus trabajadores adquirieran un auto Ford, pero eso, con todo y el considerable ingreso adicional, era improbable; sin embargo, un efecto benéfico se observó, uno que llevó al llamado «new deal».

La era del «new deal» fue dorada para el capitalismo, más no perfecta; y llegó a su fin porque políticos y empresarios se durmieron en sus laureles, pero la clave para vencer el actual panorama es similar.

Enfrentamos, por desgracia, un problema grave; pues la globalización, a pesar de las mieles potenciales que ofrece, ha generado un compendio de empresarios «del mundo», que ya no sienten el mismo compromiso por su país (y más importante, tampoco por los otros países donde sus empresas o las que les maquilan operan), por lo que ver un destello de esperanza como el que mostrara Ford, se vuelve más difícil.

Vivimos en una sociedad masificada donde el número creciente de personas nos vuelve cada vez más como hormigas que como seres humanos ante los ojos de la gran mayoría de los empresarios que lucran con nuestros bolsillos; antes, en una sociedad más compacta y pequeña, se contaba con el sentido común de que solo estando bien todos, los empresarios se beneficiarían; pero hoy, por ejemplo, si tan solo un 10% de la población norteamericana (poco más de 30 millones de personas) compra un producto electrónico, este deja ganancias obscenas, lo que disminuye el interés y compromiso de una clase empresarial que no necesita que a todos nos vaya bien para ganar.

El efecto de todo esto es palpable, pues pareciera que la precarización del empleo y los estímulos fiscales a la clase empresarial se hicieran tentando terreno para ver cuál es el punto mínimo de lo que se puede dar al pueblo antes de que la sociedad colapse, un juego que, por desgracia, es muy peligroso.

«Que coman pasteles», fueron las palabras de indolencia que se le atribuyeron a María Antonieta ante la problemática de hambre y pobreza que enfrentaba el pueblo francés; y hoy, nuestros políticos, no parecen pensar diferente.

Sin embargo, mientras no se pretenda reiniciar el estado de bienestar de las clases trabajadoras, seguirá bajando la cantidad y calidad de productos y servicios que pueden adquirir, hasta que se mate totalmente el mercado para muchas empresas que, después, en NADA podrán aprovechar sus jugosas exenciones fiscales, ni los ahorros en sueldos y prestaciones.

Entendamos, como pueblo, que no se puede pretender echar a andar una sociedad queriendo hacer correr el agua de un arroyo río arriba, que es el movimiento antinatural que representan las actuales políticas económicas neoliberales en lo que a la precarización del empleo y los estímulos fiscales a empresarios se refiere; si no tienes un mercado atractivo, ni una economía saludable, pronto, las empresas en tu territorio tendrán que elegir irse a donde si existan esas condiciones o simplemente desaparecer.

Al final, estas políticas son fruto de la necedad y de querer vencer a la adversidad de formas innecesarias, en lugar de pensar en salidas lógicas a las problemáticas mundiales…

Para muestra, basta un botón:

Durante la guerra fría, Estados Unidos se empeñó en crear una pluma fuente que funcionara a gravedad cero, tomó grandes esfuerzos científicos, mucho tiempo de desarrollo y varios millones de dólares superar esa adversidad y demostrar su superioridad tecnológica… ¿qué hicieron los rusos?, ¡USARON LÁPICES!

El neoliberalismo es lo mismo, el caso de la necedad, de echar dinero bueno al malo con el afán de «demostrar» que se puede superar la dificultad «a tu manera», en lugar de usar la lógica y el sentido común.